Descripción de un estado físico
Una sensación de quemadura ácida en los
miembros
,
músculos retorcidos e incendiados, el sentimiento de
ser un vidrio frágil,
un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido. Un inconsciente desarreglo al andar, en
los gestos, en
los movimientos. Una voluntad tendida en perpetuidad para
los más simples gestos, la renuncia al gesto simple,
una fatiga sorprendente y central, una suerte de fatiga aspirante. Los
movimientos a rehacer, una suerte de
fatiga mortal, de
fatiga espiritual en la más simple tensión muscular,
el gesto de tomar, de prenderse inconscientemente a cualquier cosa, sostenida por
una voluntad aplicada.
Una fatiga de principio del mundo,
la sensación de estar cargando el cuerpo, un sentimiento de increíble
fragilidad, que se transforma en rompiente
dolor, un estado de
entorpecimiento doloroso, de entorpecimiento
localizado en la piel, que no prohíbe ningún movimiento, pero que cambia el
sentimiento interno de un miembro, y a la simple
posición vertical le otorga el premio de un
esfuerzo victorioso.
Localizado probablemente en
la piel, pero sentido como la supresión radical de un miembro y presentando al
cerebro sólo imágenes de miembros filiformes y algodonosos, lejanas imágenes de
miembros nunca en su sitio. La suerte de ruptura interna de la correspondencia de
todos los nervios.
Un
vértigo en movimiento, una especie de
caída oblicua acompañando cualquier esfuerzo,
una coagulación de calor que encierra toda
la extensión del cráneo, o se rompe a pedazos, placas de calor nunca quietas.
Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante
presión de los nervios,
la nuca empeñada en sufrir,
las sienes que se cristalizan o se petrifican,
una cabeza hollada por caballos. Ahora tendría que hablar de la
descorporización de la realidad, de esa especie de
ruptura aplicada, que parece multiplicarse ella misma entre las cosas y el sentimiento que producen en
nuestro espíritu, el sitio que se toman. Esta clasificación instantánea de las cosas en
las células del espíritu, existe no tanto como un orden lógico, sino como un
orden sentimental, afectivo. Que ya no se hace:
las cosas no tienen ya olor, no tienen sexo. Pero su orden lógico a veces se rompe por su
falta de aliento afectivo.
Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas las palabras por no importa qué operación mental, y sobre todo aquellas que tocan los resortes más habituales, los más activos del espíritu.
Un
vientre aplanado.
Un vientre de polvo fino y como en foco. Debajo del vientre una granada reventada.
La granada expande un flujo de copos que se eleva como
lenguas de fuego, un
fuego helado. El
flujo se agarra del vientre y lo hace girar. Pero el vientre no da más vueltas. Son
venas de sangre como vino, de sangre combinada con azufre y azafrán pero con un azufre endulzado con agua.
Sobre el vientre sobresalen los senos. Y más hacia arriba y en profundidad, pero en otro plano del espíritu un sol enardecido de manera que se podría pensar que
es el seno el que arde. Y un pájaro al pie de la granada.
El sol parece que tuviera
una mirada. Pero
una mirada que estaría mirando el sol. Y
el aire todo es una como una melodía gélida pero una extensa, honda
melodía bien compuesta y secreta y colmada de
ramificaciones congeladas. Y todo construido con
columnas, y con una especie de aguada arquitectónica que une el vientre con la realidad.
La tela está ahuecada y
estratificada. La pintura está muy prensada a la tela.
Es como un círculo que se cierra sobre sí mismo, una suerte de
abismo en movimiento
que se parte por el medio.
Es como un espíritu que se ve y se ahueca, está modelado y trabajado sin cesar por
las manos crispadas
del espíritu.
Mientras tanto el espíritu siembra su fósforo.
El espíritu está seguro. Tiene
un pie bien apoyado en
este mundo.
El vientre, los senos,
la granada, son como evidencias testimoniales de
la realidad. Hay
un pájaro muerto y hay un abundante surgimiento de columnas. El aire está plagado de golpes de lápices como de golpes de cuchillos, como de
esquirlas de uña mágica. El aire está suficientemente alterado. Así donde germina una semilla de irrealidad se dispone en
células.
su lugar, en abanico, rodeando el vientre, delante del sol más lejos del pájaro y sobre ese flujo de agua sulfurosa. Pero
la arquitectura que sostiene y no dice nada es indiferente a las células.
Cada célula contiene un huevo donde se destaca
el germen. Repentinamente
nace un huevo en cada célula. En cada uno hay
un hormigueo inhumano pero límpido, las diversificaciones de un universo detenido. Cada célula contiene bien su huevo y nos lo ofrece; pero al huevo no le importa demasiado ser elegido o rechazado.
Algunas células no llevan huevo. En algunas crece
una espiral. Y en el aire cuelga una espiral más grande pero como azufrada, de fósforo todavía y cubierta de irrealidad. Y esta espiral tiene toda la relevancia del
pensamiento más potente. El vientre lleva a recordar
la cirugía y
la Morgue,
la bodega,
la plaza pública y
la mesa de operaciones. El cuerpo del vientre parece tallado en granito o en mármol o en yeso, pero un yeso endurecido. Hay un casillero para
una montaña. Las burbujas del cielo dibuja sobre la montaña una aureola fresca y translúcida. Alrededor de la montaña
el aire es sonoro, compasivo, antiguo, prohibido. La entrada a
la montaña está prohibida. La montaña tiene su lugar en el alma. Ella es el horizonte de algo que no deja de retroceder. Produce la impresión del horizonte infinito. Y yo describo con
lágrimas esta pintura porque esta pintura me toca el corazón. En ella siento desplegarse
mi pensamiento como en
un espacio ideal,
absoluto, pero un espacio que tendría una forma posible de ser insertada en la realidad. Caigo en ella del cielo. Y
alguna de mis fibras se desata y encuentra un lugar en determinados casilleros. A ella regreso como a mi fuente, allí
siento el lugar y
la disposición de mi espíritu. El que ha pintado esa tela es el más grande pintor del mundo.
A André Mason lo que es justo.
De "L'Ombilic des limbes"
Antonin Artaud